viernes, 4 de febrero de 2011

NOVELA - CAPÍTULO 11

Me encontraba tumbado, casi inerte, como si yo también fuese una de esas ramas, me dolía mucho la cabeza, pero no había ni el mas mínimo rastro de sangre, no podía moverme, mis piernas estabas aturdidas. Baje un poco la vista y llegue al por que del dolor que sentía en mis brazos, la muñeca ya no era muñeca, sino un puñado de ligamentos y huececillos, tan era la angustia que me fui acostumbrando al dolor. Algo se acercaba a mi, algo oscuro y casi identificable, una especie de mancha inundaba mis pupilas, pensé que era mi momento. Recité unas cuantas de oraciones cristianas, no es que fuese el típico niño que fuera a misa todos los domingos, pero en estas situaciones es lo que hacen los actores de la televisión. La mancha ya estaba tardando demasiado, mientras que el dolor de mi cabeza fue creciendo al ritmo de esa extraña oscuridad.

-Dios...¡que dolor!, ¡no te acerques!

Escuchaba sin esperármelo un pitido fulminante que, si no llego a quedarme sordo, poco le faltaba. No podía abrir los ojos, ni siquiera respirar...

-¡Noo!-grité sin control-¿que?

Estaba en mi cama, tapado completamente y asfixiado por el calor de mi propia respiración. Esto es imposible. Si no recordaba mal alguien me dijo que habia que acabar hasta el final, y ahora estoy en mi casa, en la vida real. Bueno, me aseguré de todo esto: Miré el calendario y era sábado,

-¿Sábado?, pero si mi sueño fue domingo sobre las diez de la mañana...

No le tome demasiada importancia a este dato, cogí el teléfono, marque rápidamente el numero de Jose, pero la compañía telefónica, o sea, una maquina con voz de mujer que pone de los nervios a cualquiera, me decia constantemente que el teléfono de Jose estaba fuera de cobertura. Os preguntareis donde estaban mis padres, estaban ausentes. Como siempre no todo me sonreía, pero estaba en la vida real, por lo que podría haber gente en el pueblo. Salí a la calle en pijama y con pelos de loco, hasta que un grupo de señoras mayores vestidas de negro andaban con desolación, dirección a la iglesia. -
-Supongo que alguien ha muerto, normal, con tanto viejo suelto cualquiera los resucita – dije descaradamente.

Me dirigí hacia la Iglesia, si por casualidad hay un entierro seguro que habría como mínimo veinte personas, es lo bueno que tiene el pueblo, si se muere alguien aunque no lo conozcas, de repente parece que lo conoces y que antes, cuanto estaba vivo,era tu mejor amigo, a veces pienso que la gente es un poco falsa. Pero este no era el caso. Anduve tranquilamente con la idea de encontrarme con alguien, hasta con mi peor enemigo. Cuando entre por la puerta centenaria y vi el semejante cuadro, un escalofrío recorrió hasta el último pelo de mi cabello. Tres tumbas habían en el salón de la iglesia, los ancianos llorando, el cura predicando y yo, en pijama, asombrado. El sacerdote, terminando ya su tipico discurso sobre la muerte y el amor y esas cosas, me miraba.

-Chiquillo, ¿que vienes a hacer aquí?¿Y con esa ropa? ¿Acaso eres pobre?- dijo en tono de humildad, pero llegándome a ofender un poco
-No, no soy pobre, creo que hay un entierro, no será de Concepción que vivía en la calle...
-No -dijo cortándome- supongo que no te has enterado, como la mayor parte de los habitantes. Ayer murieron en el pantano de San Cristobal tres jovenes, dos chicas y un chico. Estamos desolados, no se esperaba este accidente tan repentino. Ahora si me permites puedes irte, supongo que se lo tendrás que contar a todo el mundo como hacen los de tu edad.

La conversación me hizo pensar al mismo tiempo que abandonaba la estancia, tres jóvenes muertos en un pantano. Me seguía doliendo la cabeza, y estaba mareado. Me senté en un banco. Fije la vista en grandes maceteros que se encontraban en la plaza, y de repente diversas formas y lineas curvas empezaron a dominar el paisaje. Los maceteros normalmente nos rectos y bien hechos, pues yo los empezaba a ver curvados y moviéndose de un lado a otro. Supuse que estaría asi por el tiempo que he pasado dormido, pero no había que fiarse de nada, todo esto formaba el segundo misterio que rondaba mi cabeza.

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