domingo, 6 de febrero de 2011

NOVELA - CAPÍTULO 13

¿Pero como van a morir precisamente Alberto, Jose y Sofía? Precisamente los únicos que estaban en el pantano de mi sueño, pero no en el de la realidad – pensaba detenidamente – un momento, en esta desgracia falta alguien, pero no consigo recordarlo.

Sabía que había estado en un sueño, pero también sabia que los sueños no pueden mezclarse con la realidad, es meramente imposible. No me explicaba el por que de estas muertes, pero, situándome en mi propia realidad, eché lagrimas de pena. Sea un sueño o no, mis amigos ya no estaban en este mundo, y no podía hacer nada. Ahora estaba solo, sin nadie que me dijera lo que tenia que hacer. Quería descubrir una explicación lógica que me ayudase a entender lo sucedido. Sin quererlo, recordaba las ultimas frases que me dijeron los tres al unisono en el momento de las arenas movedizas. Estaba en el suelo, tirado, pensando.

-Niño, ¿pero todavía sigues aquí?, ¿eres raro de narices eh?, ¿quieres acompañarme al cementerio?, voy a ver las lapidas de esos niños que se han muerto, espero ver si sus padres se han esmerado en comprarles algo bonito. Pero no se donde está, porque yo soy del pueblo de Castillejos.
Aquella señora estaba llegando al limite de mi paciencia, ¿pero como se atrevía a hablar así de mis amigos? Tenia que acompañarla, porque, ademas de ahorrarme el viaje, también quería ver si es verdad que todo esto ha pasado.

-¿Si, señora, por donde está su coche?
-No tengas prisa, mi coche esta dos calles de aquí, pero antes tendrás que ir a tu casa a cambiarte, pensarán que eres majareta o algo así...

No conocía hasta entonces a una persona que aparcase su coche a mas de dos calles de distancia. Creía que ``la rara de narices´´era ella, cada vez tenia mas motivos para creerlo. Caminamos rápidamente hacia mi casa, y, cuando me puse el chándal que me regalaron mis tíos, partí hacia una de las calles mas famosas del pueblo, es famosa por los cotilleos que se traen entre manos sus habitantes. No quería precisamente que me cotillearan, por lo que me mantuve callado y tranquilo. Faltaban pasos para llegar al extraño automóvil, Felipa me esperaba fumándose un cigarrillo apoyada sobre una puerta. Ahora comprendía el por que de su preocupación por aparcar el coche tan lejos. Eso no era un coche, sino un un extravagante cacharro antiguo con cuatro ruedas, que seria de los primeros en salir al mercado, porque si existía un coche mas viejo que ese cachivache seria uno de caballos. Abrí una de las puertas de la zona trasera, con cara de asombro. Felipa, que se había dado cuenta de que le faltaba un tacón en el zapato, tardo un tiempo importante en subirse al coche. A los pocos minutos del comienzo del viaje, nos dimos cuenta de que el motor hacia unos ruidos un poco raros, Felipa no le dio importancia y siguió el trayecto.

-Gire a la derecha, y después todo recto.
-Vale, agarrate.
-¿Para que?

No se como pudo coger tanta velocidad ese trasto, el cuerpo se me iba para atrás y las piernas se encogieron. Pero Felipa tenia cara de satisfacción, parecia que le gustaba la velocidad, porque, de lo contrario, estaría loca. Ya veiamos la puerta del cementerio, pero el coche paro sorprendentemente y se balanceo para la izquierda, casi volcamos.

-¡Niño, bajate!
-Pero...-dije con cara de preocupación
-¡Que te bajes!

Felipa no se quiso bajar, se quedo agarrada al volante, con la vista fija a la puerta del cementerio. A los cinco minutos, cuando ya parecía haberse calmado, se bajo con lagrimas muy visibles en sus ojos.
-Siento lo que ha pasado, pero ya me ha pasado mas veces, una ráfaga de aire, como tu me decías antes en la plaza de la iglesia, me empuja siempre que voy dentro del coche, y me traumatiza durante unos segundos, me da mucho miedo la verdad- dijo con intención de llorar en breve.
-Bueno, pues no se que decir, ¿entramos?- dije para hacer como si no lo hubiera escuchado.
-Si, sera mejor.

Dejamos el vehículo en el borde de la carretera, para no ponerlo en peligro en el caso de que vinieran mas coches por detrás. Felipa, que estaba muy nerviosa, me dio la mano sin pensárselo dos veces. Nos acercamos a la puerta...

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